Valga la redundancia... Últimamente paso mucho tiempo sola, probablemente más del que me gustaría. Tengo interminables minutos por delante que se inundan de pensamientos que no me gustaría tener, de cosas que intento que no aparezcan, pero que a veces son más fuerte que mi voluntad y surgen de la nada como si no tuvieran otro lugar donde ir.
Tengo sensaciones poco agradables, siento un vacío de soledad en la boca del estómago (a.k.a. cardias) que no tiene mucho que ver con la ansiedad, pero que me lleva hacia lugares de mi interior que conozco de rebote y que preferiría no saber que existen. El verano me trae, sin la menor duda, malas sensaciones pasadas. Recuerdos de la vida que un dia tuve, de cosas que se asentaron en mi cabeza unos días concretos y que aunque no aparezcan como claros recuerdos, reavivan el fuego de los malos tiempos que quieren irse poco a poco hacia el olvido, pero que se ven frenados por el olfato de viejos olores, por la visión de antiguos lugares, por el tacto de marchitos objetos. Nunca se irán, aunque si lo hagan los recuerdos, persistirán las sensaciones.
Existe un lugar en el que me siento segura, pero es dificil llegar a él. A veces puedo encontrarlo y otras veces se niega a salir, pero mi mundo inventado me mantiene a flote en esta marejada de sensaciones dolorosas. A veces, recuerdo cosas que me hacen sonreir, y a partir de ellas imagino otras nuevas que me ayudan a saber que algún día conseguiré lo que quiero. No me corroe la ambición, sino la desesperación de no ser quien fuí un día.
Tengo miedo, ese miedo de no querer oir aquello que ya sabemos, de no querer escuchar algo que es seguro, de sentirse rodeado por ese "no" absoluto y seguro de si mismo, barrera imponente, palabra devastadora de ilusiones y sueños. Tampoco será mi boca la que lo exprese. La razón me empuja a hacerlo, pero la visceralidad con la que he emprendido este camino detiene cualquier atisbo de raciocinio que incline la balanza a favor del "no".
Nunca he sido buena tomando decisiones importantes. Siento que soy una pusilánime para encauzar mi propia vida, que dejo que los demás la manejen a su antojo, pero no por resignación, sino por comodidad. No es bueno hacer eso, pero me he acostumbrado demasiado. Ahora siento que cada uno de mis esfuerzos por hacer un acercamiento ha sido en vano, y que al fin y al cabo era algo terminado antes de empezar. Siempre he idealizado ese camino, siempre lo he mirado con los ojos de aquel que espera en silencio la llegada de un nuevo día, la aparición de la renovación con lazos unidos al pasado.
Ahora, que está casi todo perdido, me lamento. Es una actitud de cobardes, y yo la he tenido.
Siento mi alma caer por ese abismo... siento como el aire se agolpa encima de mi cuerpo, muerto en su propósito, fútil como todas mis ilusiones. Caer... y no poder levantar.
Ahora ya no se qué decir. Temo algo que no va a pasar, porque el aprecio que la orilla opuesta podría sentir por la mercancía que porta el barco que un día lanzé a las aguas se perdió con la espera y la falta de compresión.
Leeloo, perdida en las metáforas de la cotidianidad.
Lo que queda de un mal día a veces puede ser un buen recuerdo
29 julio 2006
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